Ahora los periodistas de los medios sensacionalistas británicos husmean, como perros de prensa que son, por los alrededores de Arrigunaga y Getxo. No han venido a pisar la geografía mítica y real cartografiada por Ramiro Pinilla en su gran trilogía novelesca. No han venido llamados por la literatura igual que esos turistas que visitan Dublín cuando llega el Bloomsday (el día de la fiesta del Ulises) para homenajear a Joyce y hartarse de comer riñones fritos. Han venido para hurgar en la vida (y en la herida) de la familia del ejecutivo bilbaíno que asesinó a su hija de dos años en un lujoso piso londinense.
(...)La cobertura informativa ha sido, en general, tirando a delirante (Enrique Rojas debería estudiar profundamente al gremio de la pluma y el micrófono y Paco Ayala reescribir su Retórica del periodismo). Leo en un titular que este hombre, al que llaman "el hombre perfecto", ha enterrado su brillante carrera al matar a su hija. Su hija ha sido enterrada, pero ese entierro tiene, al parecer, muy escasa entidad periodística. Lo significativo es que el hombre ha enterrado su meteórica carrera profesional de alto ejecutivo en una compañía de seguros. La carrera es el hombre. La carrera del hombre, la posición del hombre es la noticia. El hombre vale, importa o significa en tanto su carrera tiene importancia o no.
Izagari Osasun Mentalerako legea ezarri zioten poliziek behin atxilotuta eraman zutenean. Bere edo besteen bizia arriskuan jar dezaketen sintoma larriak agertzen dituen pertsonari neurri bereziak aplikatzea ahalbidetzen du aipatu legeak, medikazioa ematea kasu.
Alberto Izaga, un ejecutivo bilbaíno de 36 años, parecía tener una vida perfecta que se convirtió en tragedia en un minuto: en un ataque de ira, reventó el cráneo de su hija de dos años en el lujoso apartamento familiar a orillas del Támesis, en Londres. Izaga era un alto ejecutivo de la compañía de seguros Swiss Re. Su salario de 750.000 euros al año le permitía llevar una vida desahogada, pero llena de presiones. Vivía con su esposa Lígia Barbosa, natural de Cabo Verde, y la pequeña Yanire en el mismo edificio de lujo en que vivían los protagonistas de la película de Woody Allen Match Point.
Another said: "This is a very private complex, but I have seen the family around. There are not many children here so one tends to remember them. They always seemed like the perfect happy family but I suppose no-one really knows what goes on behind closed doors."
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